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Querida Amiga Ansiedad

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Muchos de vosotros pensareis que no sé lo que es la ansiedad si me refiero a ella como amiga, pues la sociedad siempre se ha encargado de enseñarnos que lo “normal” es ser siempre fuertes frente a las adversidades, como los príncipes de los cuentos que nos leían nuestros padres antes de irnos a dormir, empleando la fortaleza como sinónimo erróneo de debilidad. Pero la vida no es un cuento, y valientes no son los que aprietan los dientes y aceleran, sino aquellos que se enfrentan a sus miedos y se atreven a sentir.

Por desgracia, antes yo también vivía de cuentos. Y sí, digo antes, porque la ansiedad llegó a mi vida sin esperarla, pero habiéndola buscado con mucho ímpetu, para quitarme la venda de los ojos. Durante años he vivido marcándome metas imposibles de alcanzar, aún haciendo uso de la más brutal de las autoexigencias, y echando a mi mochila piedras cada día más pesadas, que dificultaban mi andadura por el camino que yo creía que debía recorrer para alcanzar el éxito y ser feliz. Como podréis intuir, he sido de todo, menos feliz. Exitosa, quizás. Aunque depende de que concepto de éxito tengamos, porque echando la vista atrás, lo que yo creía ser éxito distaba de serlo, y era una simple creencia errónea basada en unos cánones sociales que relacionaban, y aún lo hacen hoy, la valentía, el éxito y la no debilidad, con alcanzar la cima. Pero, ¿y la felicidad? Creía ser feliz, hasta que una tarde, sin esperarlo, en medio de una siesta de verano, me desperté sin aliento, sintiendo que no era yo, que me iba agónicamente de este mundo dado lo mucho que me costaba respirar. Me sentía enloquecer y le gritaba a mi madre que me llevara al médico o llamara a una ambulancia, porque me moría.

En ese momento sólo veía oscuridad, miedo, pánico, y me sentía completamente perdida. No sabía qué hacer de mi vida, ni que quería, y mucho menos podía reconocerme a misma. Me había perdido totalmente. Mi autoexigencia y una falsa creencia de valentía basada en tragar mis emociones y hacer como si nada pasara, habían hecho pedazos la esencia de una niña de rizos alegres que aún me abrazaba levemente en algún lugar de mi oscuro interior.

Mi primer ataque de ansiedad no vino solo. Como era de esperar, a este le sucedieron muchos otros. Había desencadenado un monstruo interno que no hacía más que escupir bocanadas de fuego que me recorrían por dentro una y otra vez, haciéndome cada vez más pequeña. Vivía en un sinvivir, nunca mejor dicho. La persona alegre y feliz que creía ser se desmoronaba ante miedos que afloraban de forma cada vez más imponente.

En realidad creía estar ante el principio de mi fin. Y que equivocada estaba. Ahora entiendo que la ansiedad no apareció en mi vida como una enemiga, sino todo lo contrario. Se alió con la mano tímida que mi niña interior le tendía, suplicando ayuda para recuperar la esencia que algún día empecé a perder cuando decidí vivir en modo “piloto automático”, desconectada de mis emociones y acumulando sentimientos como si la vida no fuese conmigo.

No voy a decir que fue un camino de rosas; las emociones me han engullido en muchas ocasiones, me han abrumado, me han agotado, incluso han secado de lágrimas mis ojos. Pero es que curar implica precisamente eso, expresar todo aquello que nos hemos guardado durante años, meses o días. Curar implica cicatrizar heridas abiertas, profundas, y con las que en su día no estábamos preparados para lidiar. Y qué bonito es sanar, reconectar de nuevo plenamente con nosotros mismos, con las personas a las que queremos y con cada una de las cosas que vivimos.

Si tuviese que rescatar alguna frase de mi proceso terapéutico no tengo dudas de que sería “soy humana”.  Y todos lo somos, incluido tú, que estás leyendo esto. A pesar de que la sociedad estigmatice las emociones como la tristeza, la ira, el miedo, la soledad relacionándolas con algo negativo, lo cierto es que pueden llegar a ser igual de curativas que la alegría, la ilusión, la gratitud o el orgullo. La virtud está en buscar nuestro equilibrio interno, en sabernos escuchar, en abrazarnos en cada emoción, y en querernos mucho. Como suelen decir por ahí, en querernos con nuestros defectos y virtudes, porque componen la personalidad tan única y maravillosa que nos hace ser quien somos, que nos hace ser humanos perfectamente imperfectos.

Tengo muchas personas a las que agradecer cada uno de mis pasos en este proceso: a mi psicóloga y terapeuta Raquel, a mis padres y familia más cercana, a mi novio, a mis amigos de corazón y a mi perra Kira, porque han sido mi fuerza y mi sustento cuando me faltaba el aliento. Aunque también tengo que agradecerme a mi misma el nunca haberme rendido, el haber luchado, enfrentando a mis miedos y partes más oscuras, el haber dado el 100% de mí en este proceso, abrazando y agradeciendo a aquella niña interior que, aún rota, me dio las fuerzas que no creía tener para levantar el teléfono y pedir ayuda.

El camino es duro, pero la recompensa merece la pena. Sigo siendo una persona ansiosa, pero ahora se escuchar a mi cuerpo, se cuando tengo que parar y darme un respiro, y utilizo la ansiedad para marcar mis límites y disfrutar de la vida. Que no os importe lo estigmatizada que pueda estar la salud mental, porque lo que realmente importa es cómo os sentís vosotros y vuestro bienestar. Sed egoístas en ese sentido, y luchad por vosotros mismos. No estáis solos.

Un abrazo de una ansiosa feliz.

 

 

Esta entrada tiene un comentario

  1. Bea

    Precioso,preciso,emotivo,impactante,y sobre todo colmado de valentía.Gracias infinitas por compartir tanto sentimiento.

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